A partir del 24 de agosto de 1927, Quinterno comienza a publicar en Crítica la tira Un porteño optimista, que rápidamente muta en Aventuras de Don Gil Contento. En esta tira debuta en octubre de 1928 el indio Curugua-Curiguagüigua, quien es rebautizado por don Gil como Patoruzú, ya que pronunciar su nombre “descoyunta las mandíbulas”. Esta primera encarnación es breve, deja de publicarse a los pocos días de su debut y su primera versión del indio, ingenuo y físicamente apocado, está lejos del héroe por venir.

Después de dejar Crítica, Quinterno comenzó a publicar una nueva tira en La Razón: Julián de Montepío. Comparte con don Gil el paisaje urbano porteño y la ambición de ser parte de la “alta sociedad”, pero Julián es más complejo que su antecesor. Se trata de una historieta moderna, con una resolución gráfica y una narración visual y literaria de primer nivel. Casi dos años trascurren de las aventuras de Julián en solitario, hasta que Quinterno decide resucitar a su personaje perdido y Patoruzú es enviado desde el sur para que Julián lo apadrine. La intención de Quinterno se mantuvo: contraponer la inocencia y el candor del indio recién llegado a la gran ciudad con la picardía del porteño vividor. Montepío decide inmediatamente “civilizar” a Patoruzú y el indio rápidamente gana el favor del público con cada hazaña y demostración de fuerza o coraje que realiza, lo que deviene en que la historieta pase a llamarse Patoruzú a partir del 5 de agosto de 1931.

Más adelante, Quinterno se muda a El Mundo, donde Patoruzú debuta el 11 de diciembre de 1935 con su tira diaria. Se le suma una página semanal en colores en la revista Mundo Argentino. En esta tercera encarnación ya no está Julián de Montepío; en su lugar, Patoruzú será apadrinado por Isidoro Cañones que, a los efectos prácticos, es el mismo Julián con otro nombre. Este es un Patoruzú más decidido desde el carácter y con una estética más estilizada. Un Patoruzú más “profesional” entrecruzando un personaje nacional con la narrativa de las tiras de historieta norteamericanas. Finalmente, es en noviembre de 1936 que sale a la calle la revista Patoruzú, que conquista el mercado del humor gráfico y asienta el modelo en el que se basarán todas las revistas de este género en el siglo XX.

Ya desde su nombre, el caballo de Patoruzú remite en figura y espíritu a las pampas y a la transformación que estas operaron sobre los primeros equinos traídos por los españoles durante siglos de evolución salvaje por estas tierras y sus pasturas. El caballo criollo que Pampero evoca libremente es aquel que fue arma, flete, lecho y alma hermanada con el indio pampa. Pampero solo se dejará montar por Patoruzú y en pelo, sin monturas ni correajes. Al reunirlos por primera vez, Quinterno eludió la técnica de amansamiento de los pampas y recurrió a la forma más asequible por el gran público, la de la doma, aunque fiel a las características de este particular amo: la domesticación no se cimentó en lograr la sumisión del animal en base a castigos hirientes —más bien, las heridas fueron en la dirección contraria—, sino en una lucha de resistencia, homóloga sí al tratamiento de los pampas. La mano maestra de Quinterno retrató la idiosincrasia criolla mediante detalles en la caracterización de Pampero: su penacho de crines sobre la testa, que aluden a un estado cimarrón, el resoplido portentoso, su mirada desafiante de fiera humanizada y su postura noble e indómita.
“Pampero”. Tinta, 12 x 48 cm. Tiras publicadas en el diario El Mundo, del 20 agosto al 8 diciembre de 1936. Reeditadas en la revista Patoruzú, del nro. 19 al nro. 31, noviembre de 1937 a abril de 1938.

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