Hurricane MK IIC del porteño Ricardo Lindsell,
comandante del escuadrón 60, en la campaña de Burma.

“—¿Por qué Patoruzú no pierde vigencia?
—¿Ser argentino hasta la muerte tiene vigencia? ¿Ser incorruptible? ¿La nobleza, tiene vigencia?”.

Dante Quinterno en revista Viva, domingo 15 de diciembre de 1996

Desde el lanzamiento del semanario en 1936, para las fechas patrias, Patoruzú se vistió con los emblemas nacionales para las poderosas ilustraciones de portadas, enarbolados con orgullo y desarticulando la solemnidad con su incorregible alegría de “mono” caricaturesco, hasta patentarse él mismo como ícono. En el imaginario de los lectores este personaje de tinta y papel, de historieta, comenzó a volverse símbolo de una reserva de algo a lo que se podía apelar como anhelo colectivo.
Patoruzú nace y madura hasta su forma definitiva durante el período conocido como la Década Infame: su evolución completa abarca enteramente la década del treinta. En ese contexto donde se percibía la ausencia de justicia institucional, Patoruzú se erigió como un ícono moral. Ciertamente, ninguna otra figura ficcional se había identificado tanto con los emblemas patrios. Hasta la portada del semanario nro. 8, del 25 de mayo de 1937, las portadas de las revistas que evocaban las fechas patrias apelaban a próceres mediante un tratamiento realista o a escenificaciones de acto escolar, nunca a un personaje de neto corte humorístico. Patoruzú se volvió indisociable de esa simbología.
El tehuelche proveyó entonces una imagen que podía representar un ideal de aspiraciones y reivindicaciones absolutamente singular, para un uso o abuso que no lo desgasta. La eficacia de esta función que cubrió Patoruzú se verifica, por ejemplo, en la utilización de su imagen como ícono en los escudos de los aviones que los argentinos pilotearon en la Segunda Guerra Mundial para identificar su origen.